Muchos piensan que con Morente se ha ido un cantaor de flamenco. Y, aunque eso es rigurosamente cierto, la información es incompleta. Ayer murió un artista de un valor incalculable en el eximio panorama patrio, una rara avis, uno de esos personajes inclasificables que los mismo son un Dios en el Albaicín que son repudiados por los puristas y flamencólogos más recalcitrantes. Quien tenga prejuicios porque el flamenco "no es su palo", que escuche "Omega". Se le disiparán las dudas a la misma velocidad que devora uno tras otro los temas mágicos de ese disco visionario, de esos pocos que marcan con la primera escucha y se saborean a cada segundo en las posteriores.
Nada le era ajeno. Del trash metal a un coro folk búlgaro, de Sonic Youth a Pat Metheny; todo era compatible con Enrique Morente, que lo devoraba todo y asimilaba su arte a cualquier otra expresión. Tuvo el coraje de enfrentarse a su destino como sucesor de los cantaores clásicos y se dedicó a visitar y revisitar otros estilos, otras músicas. Arriesgó y no siempre ganó, pero fue más divertido y productivo así. Resumiendo: un genio. Que se haya ido de esta manera tan inesperada, extraña y rápida es doblemente doloroso para los que aún esperábamos sus futuros proyectos ansiosamente, que los tenía, y muchos. Ya nunca serán. Muere el hombre y nace el mito.
El hombre, al que en cierto momento enganché a traición una noche de borrachera para destrozar sin ningún rubor "El Pastor Bobo" en su cara, ese que se rodeó de Antonio Arias, ese que se empapó hasta las trancas del espíritu de Garcia Lorca, ha muerto. Pero queda la obra y su espíritu. Hoy es la Alhambra la que sueña a Morente.
1 comentario:
Telemako a las letras, gracias.
Estoy segura de que a Enrique le gustará :-)
Olé.
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